Volar.

En realidad nunca pensó que escapar fuera posible, pero Manuela Heredia Flores siempre había soñado que un día lo haría. Fué el día de su décimo séptimo cumpleaños. Ella había invitado a sus amigas a merendar, lo que no sabía Manuela es que su padre tenía una sorpresa para ella :
- Este es José Vargas García, tu futuro marido - dijo su padre- o eso creyó oir, porque en ese instante, en ese preciso instante en el que sus amigas sonreían y la felicitaban por el buen casamiento que iba a hacer, Manuela se desmayó. Todo el mundo pensó que fue la emoción, el respeto hacía el hombre al que tendría que dar hijos y cuidar el resto de su vida. No era feo, pero no lo conocía y  prácticamente la doblaba en edad. No, no era emoción, tampoco era respeto, era miedo, pavor a vivir una vida prestada a no reconocerse, a no ser ella misma.
Soñaba con estudiar Historia del Arte, le gustaban las antiguedades que vendía el tío Juan de Dios en su tienda, quería conocer el origen de todo aquello, quería ir a la Universidad, convertirse en alguien importante, viajar por el mundo en busca de las maravillas que ha creado el hombre, acudir a tertulias llevando una boina negra, pintar, soñar, ¡vivir!.
Esa tarde, todas sus ensoñaciones su fueron al traste y perdió el conocimiento, no de la emoción si no de la angustia que le provocaba ese absurdo futuro con un marido viejo, guapo, eso sí, pero viejo y bruto.
Mientras sus primas, amigas y vecinas se afanaban con los preparativos de lo que Manuela llamaba su setencia de muerte, ella buscaba ayuda para escapar de su prisión. Solicitó plaza en las mejores universidades, becas para estudiar en el extranjero. Buscó y buscó y aunque sus apellidos y su aspecto físico en ocasiones le suponían un handicap, pudo por fin demostrar, que ella Manuela, la niña gitana que estaba predestinada a casarse con un primo de su padre, ella que a escondidas leía a Dostoievski y veía películas en V.O de cine independiente japonés, era en realidad un genio.
Aceptó la plaza que le ofrecían para estudiar en la Sorbona y aunque no esperaba que nadie la comprendiera, rezó para que su padre no decidiera descargar toda su ira y frustracción contra su madre.
Manuela sabía que si su madre hubiera podido escapar, lo hubiera hecho, por eso grabó sus palabras en el disco duro de la memoria para recordarlas si las cosas se ponían difíciles. 

- Ve hija, no mires atras, vuela.

Y eso hizo, volar, volar y liberarse. Hoy es Doctora en Historia del Arte en París, vive en una buhardilla con vistas a los Campos Eliseos, paga una fortuna por treinta metros cuadrados, pero no necesita más. Su padre que nunca la entendió, presume de hija en la tasca del Cosme, José Vargas, el  que hubiera sido su marido, se casó con su amiga Carmela y tienen cuatro niños y  su madre lee y relee sus cartas con una lágrima que se esfuerza en ocultar y con una sonrisa que ya nunca oculta.

Comentarios

  1. Historia para un corto, cuantas Manuelas habrá por el mundo las que volaron y las que no... un saludo.

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  2. Preciosa entrada. Los pajarillos deben volar. Bs.

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