Un gran final.

María Cristina Fernanda Esmeralda de la Soledad Rodriguez, llevaba ya varios años viviendo en España. Había huído de su Colombia natal en busca de un futuro mejor, y lo tuvo: sobrevivía (de hecho vivía más que bien) gracias a su don: podía predecir el futuro, y no un futuro cualquiera: el futuro a largo plazo de la Humanidad (ella era vidente del tipo Nostradamus, vamos).
Un día, estaba en la cocina de su casa preparando café, cuando le vino una visión, (lo de predecir el futuro funciona así, de repente viene una visión), pues estaba ella en la cocina cuando vió el fin de la Humanidad. Un fin, fin, como en las pelis americanas; con su destrucción de ciudades, su desbordamiento de ríos, sus meteoritos, sus animales corriendo por la ciudad, sus rayos, su oscuridad...un final de los apocalípticos. Para afianzar la nefasta predición,  comenzó a sufrir taquicardias y sudores fríos, ¡¡¡es el fin , es el fin!!!" , decía mientras su marido miraba atónito, como se le caía el café y daba vueltas como un animal enjaulado.
Para cuando logró recuperarse un poco, su marido ya había llamado a su suegra, a quien, por imperativo de su señora se habían traído también de Colombia. Ella era la verdadera dueña de los grandes dones familiares: vidente, médium, charlatana de profesión y toca pelotas de vocación, amenazaba a diario con instalarse definitivamente en el chalé familiar.  Pero claro, Bonifacio Antonio del Carmelo Martínez, nunca dijo que no aguantaba a la progenitora de su amantísima, como tampoco dijo que le molestaba muchísimo que madre e hija  (cuyos traseros juntos ocupaban toda la cocina) decidieran todo por él,  por el simple hecho de que podían ver el futuro (no estaba muy convencido de esto último, pero como el hombre discreto que era, nunca dijo nada, por si acaso era verdad y le hacían un conjuro o algo).
Cuando la señora madre llego a la casa, se encontró un panorama inquietante: su hija estaba con los ojos en blanco mirando al techo, como poseída, y su yerno ( el blandengue de su yerno) se escondía detrás de la mesa de la cocina sin saber que hacer...
Madre e hija habían visto el mismo final y ambas sabían que había un lugar en la Tierra, un único lugar en el que unos pocos, sólo unos pocos elegidos, podrían salvarse de la devacle: el Peñón de Gibraltar. Como ambas en su visión habían obtenido nombre y apellidos de los elegidos (básicamente clientes), empezaron una loca carrera de llamadas a personas (curiosamente, todas de su entorno), ayudadas por unos cuántos amigos que, como ellas, leían las cartas a altas horas de la madrugada desde canales de TV locales a insomnes crónicos.
Vino gente de Colombia que se gastó sus ahorros a cambio de sobrevivir al Fin del Mundo. Los clientes, los insomnes, acudieron convencidos de que alguien los había elegido para perpetuar la especie, porque el Plan incluía unos rituales de apareamiento ( digamos que, peculiares) dirigidos por la Líder de los Supervivientes de los Últimos Días (que así era como se hicieron llamar).
Y allí estaban ellos, gente superticiosa, con poca o ninguna cultura, que deseaba salvar a sus familias del gran final a toda costa,  compartiendo espacio con los monos (con la mala leche que tienen los jodíos) en la zona alta del peñón, esperando a que el sol se apagara,  la luna se desdoblara y llegara el fin: la limpieza de la raza humana, la señal definitiva de que ellas (y nadie más que ellas) eran las verdaderas elegidas para conducir a la humanidad (lo que iba a quedar de ellas) por el buen camino.
Y esperaron las señales...
Esperaron...
Esperaron....
Esperaron...

Comentarios

  1. Muy bueno.
    Pienso que tambien los de "mucha cultura" tienen temores así.
    Lo que pasa que ellos creen haber comprado el pasaje .

    Me encanto visitarte

    Cariños

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  2. Me gustó mucho tu cuento, Alicia, la forma de narrarlo, la fina ironía con que describes las situaciones, la relación familiar..., realismo mágico con todo lo real que tiene, sobre todo por estas latitudes, donde todo está dentro del mundo de lo posible y la magia y el absurdo forma parte del diario vivir...
    Un abrazo desde Caracas

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