Mil batallas

Mil veces. Mil oportunidades. Mil errores. Mil decepciones. Mil  historias que contar.
Alguien me dijo no hace mucho tiempo, que las personas felices no tienen historia.
Tengo mil batallas que contar, ¿será que no soy feliz?, al menos ahora puedo hablar de todas mis luchas sin dolor, (bueno de casi todas).
El ser humano por definición,  tiende a una exigencia extrema, a ser derrotista, a hacer una autocrítica salvajemente despiadada de cada palabra  que se dice y también de las que no se pronuncian  y mueren a la orilla del alma de quien no la escucha nunca.
¿Por qué ese sentido de culpa?, ¿del castigo?, ¿por qué no nos sentimos merecedores de las cosas buenas que nos pasan?
Es la educación judeo-cristiana que nos ha impuesto ese camino “del bien” (sin salirse nunca de la línea marcada) para llegar a la meta que es…que es…
¿Cuál es la meta?, ¿el cielo?, el castigo ¿es el infierno?
Vivimos tremendamente condicionados por lo que debemos hacer, por lo que se supone que está bien, pero ¿y lo que queremos?, ¿qué hay de lo que de verdad nos apetece?
Venimos solos al mundo y solos nos vamos. 
Y  las personas que nos acompañan en ese trayecto, nos imponen normas, formas de pensar y actuar, condiciones, nos imponen sentimientos, en definitiva nos destruyen, nos destruimos.
Se nos hace tan dura la carga, que ya que somos animales sociales, buscamos con desesperación compañía y a veces, vendemos nuestra alma al mismísimo diablo a cambio de unas migajas de cariño.
Se imponen los libros de autoayuda, las meditaciones, los mindfullness, los reikis y todo tipo de prácticas para no pensar o para pensar en positivo, porque no tenemos pareja o porque no tenemos trabajo, o porque no respondemos al canon de belleza que nos imponemos nosotros mismos.
Estamos perdiendo el tiempo y nuestra propia esencia en tanta lucha por exigirnos, por empeñarnos en estar bien, en tener todo lo que se supone que hay que tener llegados a una edad.
¿Quién puso tantas normas?, ¿Quién dijo  que para ser feliz había que tenerlo todo?, ¿por qué nos machacamos tanto?
Nuestros abuelos vivían con la preocupación de la falta de recursos después de la guerra, el estado de bienestar trae eso, como una especie de competencia a  ver quién pone las fotos más bonitas en las redes sociales, quien tiene más amigos, quien se ve más joven, quien va a las mejores fiestas o quien cuelga el mejor plato a la hora de la cena (con amigos).
Es ridículo, nos olvidamos que aún hay niños que mueren de hambre, y de que en nuestro país hay familias que no tienen un plato caliente a diario en la mesa.
Y mientras, nosotros, los afortunados, nos pasamos la vida lamentando no pesar diez kilos menos o tener el cochazo del vecino o no poder estar con la persona de la que nos hemos encaprichado.
Somos absurdamente ridículos ( y yo la primera que me castigo y me machaco yo solita).



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