Nobleza obliga.

Cuando Isabelita Jácome de Grosso fue invitada a la boda de la Duquesa de Osorio con el Conde de Mendoza, pensó que nada en el mundo le impediría asistir a tan noble acontecimiento, sabía que la Casa Real mandaría una representación, seguramente una de las Infantas, y no se hubiera perdido eso por nada del mundo. Ella ,aunque arruinada hacía ya  varias generaciones, era Grande de España y era socialmente inconcebible haber faltado a aquella ineludible cita.
El marido de Isabelita, Juan Manrique de Lara, que en los largos y tediosos años de matrimonio nunca había pronunciado más de tres  palabras seguidas, no se mostró especialmente entusiasmado, pero tampoco había dado muestras de ningún tipo de sentimiento en todo ese tiempo, nunca. Juan estaba sentimentalmente muerto.

Desde que supo que asistiría  a esa boda, Isabelita buscó y buscó por todo Madrid el mejor modisto, el mejor estilista y los mejores profesionales del mundo de las apariencias para lucir perfecta.
Poco importaba estar arruinada, no le dolió nada  pedir un préstamo de esos que anuncian en la tele, sin preguntas y en 24 horas. En el banco hacía tiempo que no le daban ya ni los buenos días y este de la tele, aunque con un interés altísimo estaría en su cuenta enseguida, y no había tiempo que perder.

Cada semana, durante dos meses  iba a Madrid desde Sevilla a probarse el vestido y a supervisar  la confección  del tocado que le estaba haciendo artesanalmente la mejor diseñadora de Madrid. Buscó los  zapatos más caros, el bolso más fashion, pidió  a un afamado estilista qua viajara a Sevilla  con su equipo para peinarla y maquillarla. La desorbitante cantidad que pidió Angelo di Bocca no fue en absolutoa disuasoria para ella, que estaba dispuesta a eclipsar a la novia a toda costa.
La noche antes del feliz (o no) enlace, Isabelita tomó un somnífero y se fue temprano a la cama, para no tener ojeras, Juan dormía a su lado sin mostrar de nuevo ningún entusiasmo especial ante el enlace. Isabelita dió vueltas y vueltas en la cama, pero no podía dormir, Juan estaba más rígido de lo habitual, más frío de lo habitual.

- Ah no!, pues si te has resfriado te tomas algo y ya está, a mí no me estropeas mi  momento...

Juan no contestó, como no contestó a los empujones, a las vueltas, a los bufidos de Isabelita que a pesar de la tisana y del somnífero no podía dormir y le preocupaba más que ninguna otra cosa en el mundo que como consecuencia de la falta de sueño tuviera ojeras y la piel apagada al día siguiente.
Por fin amaneció. A las siete y media de la mañana sonó el timbre de la puerta, era Angelo. Isabelita salió de la ducha en albornoz y abrió la puerta sin mirar a Juan, que seguía rígido en la cama.
Cuando estaba casi lista, pidió a Angelo que lo despertara:

- Angelo amore, despierta al zafio de mi marido o llegaremos tarde, sería capaz de cualquier cosa  por fastidiarme el día.

 Y eso fue lo que intentó el estilista, despertalo, pero Juan no despertaba, yacía en la cama quieto, plácido, esbozando media sonrisa, muerto.

- ¡¡¡¡Isabel, has dormido con un muerto!!!!.

He vivido con un muerto,toda mi vida, seguro que lo ha hecho para fastidiarme. Anda, ayúdame a ponerme el tocado, no puedo llegar después de la Familia Real. A mí este no me fastidia mi gran día.

Y así fue como Juan Manrique de Lara que no había sido protagonista de su vida, tampoco lo fue de su muerte.




Comentarios

  1. Me encanta todo lo que escribes, deberias dedicarte profesionalmente. Una admiradora incondiconal. Beesos .Anabel

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