Hacerse mayor es estar en un
desajuste continuo, es que nada te venga bien, es una pataleta infinita porque
el mundo está loco, es llorar sin motivo, es no ser capaz de guardarte un “te
vas a la mierda, porque lo digo yo, y punto”, es querer matar y abrazar a la
vez, es un regreso a la adolescencia con un cuerpo que cruje y se niega a
obedecer órdenes, una mierda como una casa, vamos.
Esta mañana, mientras conducía
para el trabajo, he visto a un adolescente con chaquetón y (¡atención!) gorro de
lana, un señor paseando al perro con un polar, una señora saliendo de la
panadería con una rebeca gordita, y dos niñas de colegio con la falda del
uniforme ultra corta, sin calcetines ni medias ni nada, pero con un plumas por
arriba, y yo, con un blazer y unos
vaqueros, estaba asfixiada.
Ya cuando me he levantado, y a
pesar de tener todo abierto, he notado que el frío no termina de llegar, pero
al ver a la gente por la calle abrigada, he pensado que me hago mayor, que los
sofocos se están apoderando de mi persona y me ha entrado más calor. Así que,
he descubierto que hacerse mayor, es (entre otras mierdas) que te entre calor,
porque tienes calor y así en un bucle infinito de sofocos y abanicazos varios.
“La naturaleza en muy cruel”, he
pensado, pero luego, en un alarde de
optimismo que, ni en la casa de la pradera, he llegado a la conclusión, de que los desajustaos son los demás, que la
gente se ha comprado ya la ropa de invierno y no se pueden esperar a que llegue
el frío, que el otoño es al raciocinio estilístico lo que las hombreras ochenteras al buen gusto, y he sonreído, feliz, por mi triunfo.
Primera batallita de señora mayor
ganada por hoy: la gente es muy mamarracha.
Por otra parte, me molestan cosas
que nunca me han importado: la gente sin sangre, la que siempre está cansada, la gente
que se queja del calor del verano (y no sale de casa ni a tomar una cerveza)
y de las lluvias (escasas) de invierno (ídem), que se resfría si bajan tres
grados las temperaturas y se escucha y se cuida mucho, muchísimo, porque no
tienen nada más qué hacer. Son los mismos a
los que les cuentas, los
malabares espacio-temporales que haces para sobrevivir al día a día y te dicen,
“bueno está bien, con que descanses un
par de horas los domingos, es suficiente”
¿Perdoooooona?, que pasas al lado
de un ventilador y estás tres días en cama, que vas a comprar al súper un día,
y descansas cuatro, ¿en serio?, ¿te atreves a decirme que dormir seis horas al
día y no tener ni media hora de descanso diario es suficiente?,
¡qué cantidad
de guantazos tengo pendientes!
Ser mayor también es volverse un
poquito agresiva, de momento de pensamiento y de palabra, veremos si de acción
también. Aún no he llevado a la práctica ninguna de
las pataditas voladoras a la yugular, que tengo en mente, así que, se puede
decir que, teniendo en cuenta, que me liaba a bofetás y me quedaba sola, soy una persona pacífica
Segunda batallita ganada: he
pensado en pegarle a mucha gente y no lo he hecho.
Cada minuto que pasa, me molestan
más las tonterías, las risas (que se oyen en Tanzania), las bromas absurdas (siempre las mismas), las
ganas de ridiculizar a los demás y las conversaciones de hormonas con patas de mis compañeros, es como volver a los quince
años, pero con la experiencia de los casi cincuenta.
Pero como a pesar de
querer quitarme el tacón y darles, no lo hago, puedo decir que he ganao (hoy,
mañana no se sabe) la tercera batallita: aún no los he mandao de vuelta al Instituto.
Pues eso, que lo mismo soy una
asesina en potencia, que me echo a llorar con un video de gatitos.
¡Ahí queda eso!.