El sentido de un final.
Nacho Salazar nació, sin pena, ni
gloria, en la ciudad equivocada, en una familia que no lo entendió y sobre todo
en un cuerpo que no era el suyo.
Su nombre de pila era María Dolores y se esperaba que siguiera
los pasos de las mujeres de la familia. Pero no le gustaban los encajes, los
volantitos, la purpurina, ni las joyas. Nunca se interesó por su pelo, por sus uñas, o por los zapatos de tacón alto,
como sus primas. No quería ni oír hablar
de casamiento, y su verdadera vocación eran las matemáticas, soñaba con ser
profesor en un instituto, lejos de su
ciudad.
Si alguien se hubiera parado a
escucharle, Nacho le hubiera contado que el día más feliz de su vida, fue
cuando entró por primera vez en el baño de caballeros en una discoteca, que fue
infinitamente desgraciado en su pueblo, porque le llamaban Lola y le obligaban a vestir como
una mujer. Contaría cómo fue repudiado
por su familia y por todo su entorno, cómo pasaba las noches sin dormir,
buscando una salida, pero la vida le llevó por caminos en los que las personas
no se paraban a conocer a los demás, así que, nadie supo lo que sentía, nadie
supo quién era y nunca nadie le preguntó cuál fue el día más feliz de su vida.
Fue buen estudiante, pero en su
familia, las mujeres se casaban y tenían hijos, sólo los hombres iban a la
Universidad, y la triste realidad era que, dónde él veía un hombre, el resto
del mundo, veía una mujer.
Su vida no fue lo que soñó, no
enseñó matemáticas en un instituto, su historia es una más, una historia, como
tantas otras, de alguien que no pudo soportar el dolor del rechazo, y se refugió
en las drogas y en el alcohol. Cualquiera podría pensar que eligió ese camino,
pero en realidad, ese camino lo eligió a él, cuando aún era un adolescente y se
fue del pueblo, sin nada en los bolsillos.
El último día que sufrió en la
Tierra, lo vieron tropezar subiendo la
escalera de incendios de una conocida discoteca, se asomó: la distancia con el
suelo era abrumadora.
Las drogas le hacían tambalearse,
el miedo a seguir en un mundo donde no encajaba, le dio la determinación.
Voló.
Durante unos segundos sintió la
verdadera libertad de ser quien quería ser.
Después la nada.
Un fundido a negro.
El fin.
Nadie lo echó de menos, no lo
mencionó ningún periódico, nadie supo que su nombre real, el que siempre quiso
tener en su DNI, era Nacho Salazar.
Se fue de este mundo como llegó,
sólo, sin una sola lágrima.
Qué pena!
ResponderEliminarLo triste es que seguramente, no es tan ficticio.
EliminarEs una muy triste historia ..es una pena que no encuentres tu sitio en este mundo porque tu cuerpo no corresponda a tu mente ..
ResponderEliminarUn abrazo !!.
Afortunadamente, cada vez son más las historias con final feliz.
EliminarLo peor es la inutilidad de su muerte, afortunadamente cada vez es más sencillo ser auténtico y vivir como queremos Abrazos
ResponderEliminarHemos avanzado mucho, pero no lo suficiente.
EliminarUna ficción demasiado real.
ResponderEliminarSaludos.
En algunas culturas, aún sigue siendo una aberración.
Eliminarbesissss