Tempus fugit.

Todos tenemos días malos. A veces nos miramos al espejo,  y de repente, nos vemos todo el peso del paso del tiempo en la mirada. Y da rabia, porque te sientes joven y llena de vida.

A mi suele pasar con las fotos, yo me imagino tal y como me veo en el espejo y ¡zasca!, luego viene la foto (con la realidad) y no tiene nada que ver con la percepción que yo tengo de mi misma.

Me da pena,  porque yo me siento mucho más divina de lo que veo en la pantalla del móvil. Pero el tiempo está ahí: implacable, en mis patazas de gallo, en mis mejillas hundidas y en el código de barras alrededor de la boca. 

La edad no perdona,  y por mucho que queramos impedirlo el tiempo pasa para todos.

Luego veo estas cosas, estas barbaridades que hace una mujer para  creer que le ha ganado la batalla al tiempo y pienso “pues yo prefiero perderla”. Prefiero arrugarme, perder los pómulos y no tener ya , ni óvalo facial, renuncio a la tersura epidérmica que tuve una vez.  Me acepto, acepto que el tiempo pasa y que se me nota (y mucho).

Me produce una pena infinita que alguien maltrate su cuerpo (y su bolsillo) porque así cree haber ganado una cruzada que no  sólo no tiene sentido, sino que además,  sólo  tiene un ganador: el tiempo siempre gana.