La lluvia.


Han llegado las primeras lluvias y con ellas, importantes pérdidas de glamour, tráfico infernal, aparcamientos imposibles, gente que corre, niños que saltan en los charcos, coches que salpican y todos los incovenientes que trae esta estación a los que no estamos acostumbrados a la lluvia.
Me encanta esta época del año, pero preferiría que lloviera de noche, o en días en los que no tengo que salir. Pero claro, siempre pasa lo mismo, hay dias en los que casi no tengo que hacer nada fuera y hay otros días en los que tengo que hacer de todo, y esos días, por regla general, llueve (siempre la lluvia).

Moverse en coche por Jerez en los días de lluvia es una prueba de fuego: si soportas una mañana de lluvia en los mil atascos que se forman en la puerta de todos los colegios, y en las mil rotondas, es que tienes un corazón a pruebas de bombas, y además no sufres de ansiedad.

Luego viene el tema del aparcamiento, vueltas y vueltas, y más vueltas, perdemos los nervios, decimos barbaridades y no conseguimos cambiar nada, porque sigue sin haber aparcamiento y sin parar de llover.

Por si fuera poco, cuando por fin aparcas , sacas el paraguas y vas caminando , te salpican los coches , viene una ráfaga de aire frío que hace que se te moje el pelo y se te ponga como a la Duquesa de Alba, va y te suena el móvil. Entonces, lo buscas en el bolso ( desesperá), se te caen los papeles, se te moja toda la ropa y te das cuenta de que llevas las botas con millones de salpicaduras de barro ( porque has aparcado como en un rally) que te arruinan el look para toda la mañana, te notas el pelo cada vez más encrespado y del maquillaje perfecto de las primeras horas de la mañana no queda ni rastro, bueno sí, queda algo en los cuellos de la impecable camisa blanca, y suplicas al cielo que pare de llover, sólo el tiempo justo para regresar a casa.

Después tienes que pasar por el cole y están todos los niños amontonados en el comedor, los que han terminado, incordiando a los que aún no la han hecho. Y vuelta a empezar: el paraguas del niño, la carpeta, la bolsa del desayuno, el niño que salta en los charcos y el coche que está aparcado dónde Cristo perdió el poncho.

Pero luego llegas a casa y te das una ducha calentita y se te olvida la pesadilla de todo el día hasta la próxima.

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