El verano y el viento de levante (o cómo pedir una muerte rápida porque estás al borde)


Que el verano es muy divertido, que todos nos desinhibimos un poco, que ver un atardecer en la playa con una copa y tus amigos no tiene precio, que estamos mucho más atractivos un poco bronceados, pero de verdad, de verdad que estoy hasta el pelo.
Un verano que dura seis meses termina por ser desesperante, que aquí nos ponemos las chanclas en mayo y termina octubre y ahí seguimos, con la ropa estival y la piel cada vez más descoloría (que se le quitan a una ya las ganas de sol)

Y por si lo de los seis meses no fuera suficiente para morirte un poquito del aburrimiento, este verano  el viento de levante no nos está dando una puñetera tregua, que esto no hay cuerpo que lo resista, ni cabeza, que la gente está fatal (y yo la primera ¿o lo mío venía de fábrica?).

No te puedes poner una faldita, salvo que quieras montarte un numerito a lo Marilyn, en “La tentación vive arriba” pero no te va a quedar tan mono,  no tienes manos pa sujetar la falda, porque el viento no viene de un lado, que va, sopla desde todas partes te envuelve en un remolino de   hojas, cáscara de pipas, envoltorios de chuches y alguna que otra  bolsa del carrefú,  que resta mucho glamú a la escenita (tristemente comprobado por una servidora).





Si vas a la playa, te atacará a traición la arena, te comerás la crunchitortilla luchando contra los elementos y saldrás de allí empaná (literalmente) y accidentada porque  una o varias sombrillas asesinas  han decidido sublevarse y comenzar la rebelión de las rebeliones.



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Te puedes quedar en un centro comercial, pero como el levante es igual de molesto para todos, todo el mundo ha decidido lo mismo, así que, te encontrarás con que media humanidad está haciendo cola para las entradas del cine (que te da igual la peli, es por hacer algo que no sea ver el chou de las Campos, manda güebs, esa Terelu que dice que no come y lo que no respira, joía, no para).


Y vuelves a casa , agotá a las diez de la noche, después de caminar por el parking escorá buscando el coche,  y abres las ventanas en un vano intento por refrescar y renovar el ambiente, y sí, lo renuevas, cambias tu impoluto suelo por una mierda  que cruje al caminar y la escoba pasa a ser un apéndice de tu persona, y te vas a la cama y apagas todas las luces para no ver la capita del polvo que tienen los muebles, los mismos que limpiaste por la mañana antes de salir.

Y le pides al Universo una tregua, y te despiertas y ves los árboles doblaos como en un escorzo permanente y sabes que te espera otro día de mierda arrastrándote por las esquinas con dolor de cabeza y suplicándole a la Madre que deje el vientito pa otro día, que por este año ya vale.




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 Al menos siempre nos quedará el sentido del humor (a ver lo que dura).





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