Las cosas del no entretiempo.

 

Llega el tan temido momento "operación ponte una falda o un vestido” sin parecer que te has muerto o que formas parte del reparto de Crepúsculo.

Ese “entretiempo”, que en el sur dura 20 minutos, mola:  te pones ropa de tejidos suaves, que cubre las zonas blancuzcas y queda bien, no pasas calor, ni frío, pero como digo, dura 20 minutos y no hay ni tiendas que vendan ese tipo de  ropa.

En el sur del sur, un día,  de repente, no hay narices de ponerse unos vaqueros y entramos en la difícil decisión de o bien seguir tapada hasta los pies,   y que te de una lipotimia,  o en su defecto un jama, o lanzarte a la cruel aventura de exponer zonas de tu cuerpo que no han visto el sol en un año, y que cegarían a cualquier ser de luz.

Hace muchos años tiraba del autobronceador, pero aparte de las manchas en las rodillas, tobillos y codos (vamos todo lo que tiene hueso),  después de unos días terminaba siendo una mezcla  entre un Dorito y el Señor Trump y para eso, mejor me quedaba con mi blanco tirando a lila,  porque tengo más venas que piernas.

Pero este año, alguien me habló  de las gotas autobronceadoras.

Sólo os diré una cosa: me queda una sola capa de piel en las manos y ya no veo más opción que la amputación.  

Lo bueno es que parece que he dormido en una playa del Caribe, tengo un colorcito de cara ideal, pero ha sido de un día pa otro (vamos, pelín sospechoso).

Y sí, he probado con limón, acetona, bicarbonato, aceite, estropajo y (¡atención!), crema depilatoria (san google bendito apiádate de mí)

Me falta probar un producto específico para este tipo de tragedias que venden en  Primor, allá voy con las manos en los bolsillos, ¡ya os contaré!.