Templanzas

Rosa Caprichosa y los animales del jardín

¡Nada de caprichos! ¡Nada de caprichos!” era la única frase que Rosa oía desde que empezó a faltar el dinero en casa, una vez que su papá se quedó sin trabajo
Y eso que a Rosa nadie le había enseñado a distinguir qué era un capricho y qué no lo era. Pero tenían tantos problemas, y Rosa seguía pidiendo tanto aquello que le gustaba, que un día sus papás le dijeron:
“Todo lo que pides son caprichos, Rosa. Eres una caprichosa”.

Aquello no le gustó nada a la niña, siempre dispuesta a ayudar, pero sin saber cómo. Y como siempre que no sabía qué hacer, Rosa salió al jardín. Allí, contemplando los animales, las flores y la naturaleza, a menudo encontraba buenas ideas.
Ese día se quedó largo rato observando una familia de pajarillos. No tenían pinta de tener dinero, ni un empleo, así que la niña pensó que probablemente aquella pequeña familia tampoco pudiera permitirse ningún capricho. Pero a pesar de ello, no se les veía tristes. Y tampoco parecían estarlo las ardillas o las mariposas. De modo que la niña pensó en pedir únicamente aquellas cosas que viera en los animales: de esa forma dejaría de ser una niña caprichosa, fuera lo que fuera eso, y además estaría feliz.
Así, observando a las hormiguitas recoger comida, aprendió que comían la comida que encontraban, aunque no fuera la más dulce o sabrosa, y ella misma decidió aceptar sin protestas lo que cocinara su mamá.

De los perros y su pelaje, aceptó que había que llevar ropa para  abrigarse,pero que no era necesario cambiarla constantemente, ni utilizar mil adornos diferentes.

De los pájaros y sus nidos, comprendió que tener una casa cómoda y calentita es importante, pero que no tiene por qué ser enorme y lujosa, ni estar llena de cosas.
Y así observó y aprendió muchísimas cosas de los animales, y de cómo ellos no tenían problema para distinguir lo que era verdaderamente necesario de lo que era un capricho. Pero lo que más le gustó de todo lo que aprendió fue que todos los animales jugueteaban y se divertían. Eso sí, siempre lo hacían con aquello que encontraban a su alcance, sin tener que usar juguetes especiales o carísimos.
Desde entonces, Rosa dejó de pedir todas aquellas cosas que sus amigos los animales no habían necesitado nunca. Y comprobó que podía ser incluso más feliz prescindiendo de todo eso. Y no sólo se sintió fenomenal, sino que nadie más volvió a llamarla “niña caprichosa”.








Los padres, algunos padres,  deberíamos aprender del reino animal, para poder enseñar a los niños. Muchas veces, les exigimos comportamientos, que estamos muy lejos de tener.




Comentarios

  1. Precioso tu relato Alicia, me ha encantado. Dichosa la niña que aprendió a ser feliz sin necesidad de "caprichos," ojala todos aprendiéramos de la naturaleza. Un abrazo

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  2. Me ha gustado mucho tu relato de la niña caprichosa.

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