Estaciones de paso

Hoy me apetece viajar, viajar en tren a sitios bonitos, que hoy  no tengo ganas de ver miserias, que me sobra con las mezquindades que veo y las ruinas que siento.
Y me gustaría hacerlo en tren. Siempre he encontrado muy románticas las estaciones de tren, por  esa impersonalidad de lo efímero, por esos sentimientos de ida y vuelta con principio y con final. 


Me gusta cuando el tren  empieza a alejarse lentamente primero, rápidamente después, desdibujando las caras y los paisajes.
Atrás quedan las decepciones, los pesares, la insoportable levedad del ser que diría Kundera.
Málaga la bella
Dejar atrás lo que me pesa, eso quiero, por eso me voy a imaginar un viaje en tren y voy a mezclar los paisajes que me fascinan, aunque estén en distintos continentes, aunque si lo llevara a la realidad fuera un viaje imposible, porque en mi imaginación puedo volar dónde quiera y con quien quiera (casi mejor sola).


Pues eso, empezamos cerca: Málaga, una puesta de sol en esta calle es lo más parecido al nirvana que me puedo imaginar ahora.
Pasear en soledad, lejos de los agobios, del estrés de quienes buscan un rayito de sol, veinte centímetros de arena y un espeto par poder decir :"estuve allí".

La Toscana




Montefioralle en Florencia:  dicen que al lugar en el que se ha sido feliz, no se debe tratar de volver, pues para mí,  la Toscana siempre será mi destino.







Ahora un bosque; Nagoya en Japón ¿no es maravilloso?
Es costumbre que en Japón muchos bosques sean considerados sagrados, porque forma parte de ese lado mágico y espiritual, que tanto potencian en las culturas orientales. 
Son los que aportan vida y energía y por ello se mantienen, se sustentan y en cierta medida se veneran.





Monasterio San Gregorio Ostiense
¿Y por qué no un monasterio? ¿qué mejor lugar para descansar, alejarme del mundo y obligarme a quedarme calladita?
Cuenta la leyenda que en cumplimiento de la última voluntad de San Gregorio, obispo de Ostia,  su cadáver fue colocado sobre una caballería, que iba a designar su enterramiento cuando se detuviera por tercera vez.




Y si seguimos con la ronda de misticismos varios, no vamos al Tíbet, total, por pedir...Seguro que allí me quedo calladita y quitecita y dejo atrás los pesares.




Pero como hay que volver, vuelvo a mi mejor refugio, a mi verdadero santuario, a la sonrisa más tierna y pura que conozco,  a la persona que más quiero y admiro en el mundo:  mi hijo, que me enseña todos los días a ser mejor.





Dicen que somos estaciones de paso, pues yo me he cansado de ser una estación, ahora soy el tren, quien quiera acompañarme en mi viaje, las puertas se abren para todos para entrar y salir y quien no, que haga el favor de no quedarse en la puerta.
Y como para viajar me gusta acompañarme de música, os dejo uno de mis tesoros.


 

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