El Dorado

La vida no podía ser sólo un laberinto de vacíos emocionales, decepciones, carencias afectivas y materiales  y suspiros que se escapaban a cualquier hora.
Sabía que en el mundo existía gente con vidas perfectas, con familias perfectas, gente feliz. 
Puede que ninguno de sus amigos, puede que nadie de su familia, pero existía un mundo lleno de colores brillantes, que no estaba a su alcance. 
O sí lo estaba: a veces desde el patio de su casa, lograba ver la tele de su vecino, y vislumbraba un mundo de opulencia y frivolidad que le fascinaba.  
Desde el  fondo de su ser, sabía que las cosas pasaban porque sí, nada respondía a un 
plan trazado, ¿qué sentido tenían todo ese cúmulo de acontecimientos desgraciados que había tenido que vivir sólo con 15 años?
La prematura muerte de sus padres en un cortísimo espacio de tiempo, la fría acogida por parte de unos tíos lejanos que no tuvieron más remedio que aceptarlo en casa, la carencia de amor, el trabajo duro para merecer una hogaza de pan, el frío, el hambre, el miedo y la falta de futuro, todo eso era real y no significaba nada para nadie.
Había oído hablar de la gente que arriesgaba su vida y todos sus ahorros, atendiendo a la llamada de la libertad, en pos de ese mundo de lujos y risas que lograba atisbar desde el  vano de la puerta del patio.
No fue nada difícil encontrar al alguien, que a cambio de meses de durísimo trabajo, le dio un billete con destino la libertad y con la desesperación como único pasaporte.
Una noche, cuando todos dormían, se escapó a la playa, dónde treinta personas más, entre ellos tres niños y dos mujeres embarazadas, esperaban su viaje a la tierra soñada, a El dorado.
Subieron a una pequeña embarcación pesquera de apenas doce metros de eslora, amontonados, en cuclillas, sin nada más en sus equipajes que la esperanza de una vida mejor, más fácil, un futuro para los niños, una nueva oportunidad para los adultos.
Y emprendieron el viaje más difícil y esperanzador de sus vidas con la promesa de un horizonte lleno de colores vivos, de risas y lujos, de  la vida fácil de los que salían en la tele.
Algunos viajaban hacinados en la parte inferior de la barca, donde estaba el motor, inhalando el humo durante las eternas horas de una travesía inhumana, y todos viajaban con la ilusión por bandera.
Pero no contaban con llegar a ese país de Sálvames, Pantojas y Grandes Hermanos y encontrarse con la miseria humana en forma de deportación y la material en forma de cinco millones de parados, de hambre, de corrupciones, de tarjetas blacks, de sobres, de Urdangarines, de cárceles y libertades pagadas.

El esperanzador sueño de libertad y dignidad se desvaneció apenas tocaron la arena de las playas de Tarifa, una patrulla de la Guardia Civil esperaba su llegada. 
Un equipo de la Cruz Roja se encargó de alimentar los cuerpos maltrechos por la inhumana travesía, algunas palabras de aliento reconfortaron sus almas atormentadas, pero el sueño se fue.
Se acabó, no vieron la tierra prometida, no hubo final feliz.
Al final, resultó, que sí que la vida era eso; un cúmulo de momentos desgraciados.
Un regalo para algunos, una condena para otros.

Comentarios

  1. Como bien dices, tal vez le esperara algo mejor en su propia tierra. Esto no es el Dorado. Un beso.

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